La resiliencia es un tema que siempre me ha fascinado, quizá porque, inevitablemente, me vi obligado a descubrirla en mí mismo y luego a desarrollarla si no quería que la vida me arrollara como un tren (cosa que muchas veces se empeñó en hacerlo, afortunadamente sin lograrlo, al menos para mí…).
Cuando pasas por ocho depresiones mayores, diez años de TOC (Trastorno Obsesivo Compulsivo), dos años con terribles ataques de pánico y un agotador estrés crónico, solo te queda una opción: hacerte fuerte como el acero y a la vez flexible como un junco. Si no, te hundes.
1. Definición de Resiliencia
Si bien es un concepto ampliamente difundido en la actualidad, aún no existe una definición unívoca ni un acuerdo unánime en torno a la resiliencia. Proveniente del campo de la física de los materiales, la resiliencia (soltura de reacción, elasticidad) designaba la capacidad de un cuerpo para resistir un choque. Sin embargo, cuando pasó a las ciencias humanas, significó «la capacidad para triunfar, para vivir y desarrollarse positivamente, de manera socialmente aceptable, a pesar de un trauma psíquico y de la adversidad, que suelen implicar un riesgo grave de desenlace negativo».
El primero en utilizar este concepto en el campo de las ciencias sociales fue el psicólogo inglés John Bowlby 1, pionero de la teoría del apego infantil. A partir de aquí, la definición de la resiliencia fue variando aunque en su núcleo siempre hace alusión a «la capacidad que tiene una persona o un grupo para desarrollarse bien, para seguir proyectándose en el futuro a pesar de acontecimientos desestabilizadores, de condiciones de vida difíciles y de traumas a veces graves» 2.
Es decir, no se trata solo de resistir, sino de proyectarse hacia adelante en un proceso dinámico donde el individuo se sobrepone y se reconstruye. Después de un trauma, nunca se vuelve al estado anterior: o te derrumbas o te proyectas hacia el futuro como una persona más fuerte, más madura y más sabia. Dicho en otras palabras, te conviertes en una persona resiliente.
Sin embargo, se impone una aclaración:
• La resiliencia nunca es absoluta, ni se logra para siempre.
Es una capacidad que resulta de un proceso dinámico, evolutivo, en que la importancia de un trauma puede superar los recursos del sujeto. (Un ejemplo de esto es Primo Levi, escritor y gran resiliente que sobrevivió a los horrores de los campos de exterminio, tuvo una vida satisfactoria y exitosa pudiendo proyectarse positivamente hacia adelante, pero al final se suicidó).
• Varía según las circunstancias, la naturaleza del trauma, el contexto y la etapa de la vida; puede expresarse de modos muy diversos según la cultura.
También es conveniente apuntar que el trauma tiene un aspecto objetivo y otro subjetivo. Así, la percepción subjetiva que la víctima tenga del trauma es tan determinante como éste, y aún más.
En tal sentido, perder un ser querido puede ser «objetivamente» más grave que una ruptura amorosa o una pérdida del empleo. Sin embargo, una persona que pierde un ser querido puede percibir tal evento como algo no grave e incluso fácilmente superable. En cambio, otra persona puede percibir una ruptura amorosa (o la pérdida del empleo) de una forma tan devastadora que lo lleve a una gran depresión.
Por eso hay que ser cuidadoso a la hora de ponderar el dolor propio y, sobre todo, el dolor ajeno.
Aunque existen componentes genéticos en la resiliencia (algunos temperamentos la favorecen resiliencia y otros la dificultan), hay un amplio margen para que intervengan recursos personales, profesionales, familiares, sociales y culturales.
De acuerdo con la categorización de Jerome Kagan, eminente investigador de la psicología del desarrollo, básicamente hay dos tipos de temperamentos en el niño:
1. Temperamento inhibido: reaccionan con malestar, con signos de miedo, evitación, reserva y una actividad motriz enérgica.
2. Temperamento no inhibido: se muestran cómodos, sin signos de miedo, sociables, conversadores y vitales.
Sin embargo, si bien hay temperamentos que operan como factor de riesgo (temperamento inhibido) y otros que lo hacen como factor de protección (temperamento no inhibido), se ha ido reconociendo el papel activo del niño en su desarrollo, y la influencia que él mismo ejerce en su entorno.
Dicho de otra manera, lo esencial no es ni lo constitucional ni lo ambiental, sino la interacción activa entre ambos. Esto es esperanzador, ya que derriba los prejuicios deterministas que durante muchos años prevalecieron en el ámbito académico y de la salud mental.
Además, la disyuntiva excluyente entre genética y ambiente (o entre lo innato y lo adquirido) es falsa, pues los genes modifican su expresión de acuerdo a las presiones del ambiente: partiendo de un mismo alfabeto genético, el medio orienta miles de relatos diferentes.
Así, una semilla, por excelente que sea, solo dará buen fruto en el terreno que le convenga.
Esta metáfora ilustra bellamente el poder del ambiente sobre los aspectos innatos o constitucionales de un individuo.
Hace un momento mencionamos los conceptos de factores de riesgo y factores de protección, y la resiliencia es fruto de la interacción entre ambos.
Pero, ¿qué son esos factores?
Veamos.
2. Factores de riesgo
1. Una situación familiar perturbadora: trastornos psiquiátricos o conductas de adicción de los padres, muerte de uno o ambos padres, larga separación del caregiver —persona que cuida del niño los primeros años de vida—, ausencia del padre o de la madre, discordia familiar crónica, violencias familiares —maltrato físico y/o psíquico, incesto—, separación de los padres, entrega a otra familia;
2. Factores sociales y ambientales: desempleo de los padres, pobreza o una situación socioeconómica mediocre, hábitats pobres (chabolas, villas, casas ocupadas…);
3. Problemas crónicos de salud, sea del niño o de su entorno íntimo, como una deficiencia física o una enfermedad grave, etc.;
4. Amenazas vitales de la guerra, las catástrofes naturales o los traslados forzosos.
Es muy importante recordar que estos factores de riesgo no actúan de modo aislado. Hay que tener en cuenta el contexto individual, familiar, comunitario y cultural, así como los elementos temporales: edad del niño y el ciclo de vida individual y familiar.
También es necesario remarcar que un factor de riesgo, aunque revele vulnerabilidad, como estado de crisis revela un potencial positivo: si se domina, la situación de riesgo favorece el desarrollo de las potencialidades.
En otras palabras, es la exposición al riesgo de forma controlada lo que provoca la intervención de los mecanismos de resiliencia.
3. Factores de protección
Se pueden hallar factores de protección en el individuo, en la familia y en el ambiente:
1. Ante situaciones traumáticas, el niño puede usar sus propios recursos internos, entre ellos: un CI elevado, buena capacidad de resolver problemas; capacidad de planificar; uso de estrategias de afrontamiento; sensación de eficacia personal; comprensión de sí mismo; lugar de control interno; competencias relacionales (empatía y capacidad de buscar ayuda); alta autoestima; temperamento fácil; un apego asegurador; y uso adecuado de mecanismos de defensa (escisión, negación, intelectualización, creatividad, sentido del humor…— luego veremos esto con más detalle);
2. Procesos protectores en la familia: tener buena relación con al menos uno de los padres o con un miembro de la familia próxima; padres competentes; buena educación; y el apoyo del cónyuge en la adultez;
3. También el ambiente puede tener un papel facilitador. Un apoyo social fuera de la familia puede proteger de la adversidad: las personas que apoyan —lo que el experto en resiliencia Boris Cyrulink (resiliente él mismo después de escapar de los campos de concentración cuando era un niño, perdiendo a gran parte de su familia) llama tutores de resiliencia 3— pueden ser iguales, profesores, vecinos, terapeutas… La escuela también tiene un papel positivo, ya que dicho ambiente es positivo, abierto, y permite orientar y fijar normas.
Por último, participar en actividades humanitarias, asociativas o culturales actúa en el mismo sentido.
Sin embargo, es muy importante recordar el peligro de centrarse solo en identificar los factores de riesgo y protección.
Antes bien, Rutter (especialista en resiliencia) propone interesarse en los procesos implicados en el desarrollo de la resiliencia, pues una misma característica puede ser un riesgo en una situación, y en otra, factor de protección.
Por ejemplo, las conductas agresivas son un factor de riesgo en contextos «normales». Sin embargo, para los niños y personas de la calle pueden resultar un factor de protección, ya que ofician como estrategias de supervivencia: si eres muy empático y pacífico, no sobrevives en semejante contexto de violencia. (Esto, por supuesto, plantea cuestiones éticas que no trataré en este post; pero lo menciono para que se comprenda la complejidad del abordaje de la resiliencia).
De esta manera, el dualismo protección/riesgo (o recurso/vulnerabilidad) tiene una dinámica evolutiva: lo que en un tiempo puede servir de recurso, luego se puede convertir en vulnerabilidad.
También es importante recalcar que no se es resiliente solo, siempre se requiere de la ayuda de un otro que nos tienda su mano en el momento en que, de faltar ese apoyo, nos hundiríamos para siempre.
Así, todos los resilientes refieren un otro que los ayudó a levantarse: un juez comprensivo que disuadió al delincuente de seguir con su vida criminal, un profesor que creyó en el alumno cuando nadie más creía en él, una trabajadora social empática y cálida, un terapeuta comprensivo, un sacerdote, un hermano, un vecino…
Muchos sobrevivientes (y resilientes) de campos de concentración recuerdan a un verdugo que les dio un pedazo de pan con un gesto cálido, una sonrisa amable, una mirada de ternura en medio de ese infierno, y fue ese detalle lo que los sostuvo para no derrumbarse como lo hicieron muchos que no recibieron ese gesto de humanidad…
Otro ejemplo de resiliencia en este sentido es Tim Guénard.
Tuvo un pasado horroroso y una historia conmovedora: fue despreciado por sus padres; abandonado por su madre; su padre lo maltrataba tanto que una vez lo ató a un poste y le rompió cincuenta y cinco huesos, por lo que pasó internado en un hospital casi tres años; luego vivió en varios orfanatos donde sufrió constantes maltratos y menosprecios; fue violado varias veces; después terminó internado en un psiquiátrico por un error administrativo en donde sufrió todo tipo de agresiones…
Hoy, empero, es un excelente padre felizmente casado con cuatro hijos a los que ama, y que además recibe en su casa a miles de personas que buscan un gesto de amor, ese gesto que deseó en su corazón cuando era un niño y se lo negaron aquellos de los que él más esperaba.
Este resiliente ejemplar, que durante muchos años deseó matar a su padre y se alimentaba de un odio profundo hacia todo el mundo, relató que fue la palabra amorosa de una jueza lo que le salvó la vida cuando le dijo: «Confío en ti» 4.
Asimismo, es pertinente diferenciar entre:
• Resiliencia estructural: estrés crónico, situaciones desfavorables (una enfermedad crónica, desempleo y pobreza prolongados, aislamiento social) y;
•Resiliencia coyuntural: sucesos brutales y desestabilizadores (guerras, genocidio, catástrofes ambientales).
Así, no debemos perder de vista que no solo son resilientes los que han podido superar traumas intensos o sucesos muy fuertes (los acontecimientos mencionados de la resiliencia coyuntural), sino también los que salen adelante después de eventos menos intensos pero que se acumulan y continúan en el tiempo, lo cual puede ser tan o más devastador (y menos reconocido, lo cual agrava la situación del que lo padece) que los traumas intensos.
Tampoco hay que subestimar maltratos invisibles pero que pueden dejar una huella mucho más profunda que un maltrato visible: es más fácil compadecerse de alguien que tiene una pierna rota (porque vemos su trauma) que de alguien que tiene un alma herida, un trauma invisible pero tan real como el anterior e, incluso, más doloroso, porque se sufre en silencio, sin la mirada comprensiva y condolida del otro.
Demasiadas veces se oponen las víctimas de desgracias comunes, crónicas y repetitivas que no consiguen salir adelante a los éxitos y la resiliencia de víctimas de sucesos históricos; lo cual es éticamente injusto y psicológicamente falso, pues:
«Los daños causados por el desamor de una madre o un padre pueden ser más graves que estar en un campo de concentración».
¿O se te olvidó ese comentario desaprobador de un profesor —quien te dijo que no eras capaz, que no llegarías a nada o que te trataba como a un alumno inferior a los demás—; ese gesto despectivo y frío del médico o de la enfermera de quienes esperabas un trato cálido; la indiferencia o la distancia emocional de quien cuidaba de ti cuando eras un niño/a; o esa persona del grupo que cuando hablaba miraba a todos menos a ti?
¿Y esas comparaciones que hacían tus padres donde quedabas en desventaja ante otro hermano u otro niño/a; o el silencio de un padre ante un comentario tuyo sobre un proyecto que te entusiasmaba y querías emprender—una carrera, un trabajo, una relación— o el tono glacial y lacónico con que te respondía un: «ah…» seguido de un silencio sepulcral?
Seguramente estas muestras de indiferencia quedaron más grabadas en tu memoria que un grito o un insulto (sin minimizar estos últimos, por supuesto).
¿Por qué?
Porque el mensaje implícito de estos desaires es: no existís. Peor aún, tu existencia me es indiferente; nada de lo que eres, haces o sientes me importa.
Lo contrario del amor no es el odio, sino la indiferencia; porque en el odio la persona odiada aún existe, ocupa un espacio —un espacio negativo, pero espacio al fin— en el universo del que odia. En la indiferencia, por el contrario, se nos arrebata la existencia personal del espacio emocional del otro. Se nos quita nuestra dignidad como personas y, con ello, nuestra singularidad, nuestra humanidad… Y esto es muy doloroso.
Por lo tanto, debemos ser muy cuidadosos de nuestro comportamiento con los demás y, con respecto a los niños, no caer jamás ni en el maltrato ni en la sobreprotección.
Veamos ahora algunos recursos internos y externos para desarrollar nuestra resiliencia.
4. Recursos internos
• Mecanismos de defensa
Con respecto a la resiliencia, la función esencial de los mecanismos de defensa se refiere al tratamiento de los efectos y de las representaciones displicentes unidas a las situaciones traumáticas.
Dichos mecanismos son muchos, pero solo mencionaremos los más esenciales para ayudar a poner las bases de la resiliencia a corto plazo, mientras que lo único capaz de estructurar a largo plazo es la mentalización, que abordaremos luego.
♦ Sublimación
Son estrategias que permiten elaborar las tensiones-excitaciones del trauma a través de una producción que le dé sentido.
Por ejemplo, la creación artística y literaria son medios magníficos de sublimación para llevar a cabo este proceso de elaboración.
Grandes genios como Herman Hesse, Proust, Baudelaire, Dostoievski, Tolstoy, Virginia Wolf, Poe, Joyce, Goya, Schuman, etc., (por nombrar solo algunos) han creado sus obras maestras gracias al dolor sublimado a través de su arte.
♦ El sentido del humor
Es un potente factor de protección. Es una defensa que permite sublimar las pulsiones agresivas que se generan como consecuencia de un trauma, es decir, elaborarlas mediante un medio de expresión socialmente valorizado.
Tomarte con humor tu desgracia es una ingeniosa manera de quitarle poder sobre tu vida.
Consiste en separar las representaciones entre sí, o los afectos de las representaciones, para apartar más las insoportables.
♦ La negación
Su carácter potencialmente adaptativo—siempre que se use de forma temporal y no duradera— lo subrayan muchos expertos. Se puede movilizar en varios contextos problemáticos, ya sea la adecuación tras un infarto o la adaptación al trauma después de la pérdida de un hijo.
Puede ser el último recurso para hacer frente a una realidad demasiado insoportable. A diferencia del funcionamiento psicótico, en el resiliente esta negación se refiere más al significado afectivo de la realidad insoportable y no a la realidad en sí.
♦ La intelectualización
Puede protegernos de la intensidad de los afectos de displacer, evacuándolos para primar el mundo de las ideas y de la racionalización lógica.
Todos estos mecanismos de defensa permiten atenuar el impacto de las representaciones y afectos asociados a la situación traumática. Son una etapa preliminar, necesaria para permitir el trabajo ulterior de la elaboración mental de las excitaciones, y de relación entre afectos y representaciones, trabajo propio de la mentalización.
En cambio, si se usan de forma rígida y duradera, impedirán toda posibilidad de tratamiento mental efectivo de las tensiones asociadas al trauma inicial.
En otras palabras, si «tiramos la pelota para adelante» continuamente, mantendremos el trauma y sus síntomas bajo la superficie, pero será una falsa adaptación, ya que tarde o temprano el trauma y sus efectos aflorarán en forma de problemas emocionales y relacionales.
• Mentalización
Es la capacidad del sujeto de tolerar, tratar e incluso negociar la angustia intrapsíquica y los conflictos interpersonales. En definitiva, es apreciar qué tipo de trabajo psíquico se puede hacer ante las angustias y los conflictos de la vida.
La mentalización se apoya en una operación fundamental: la simbolización. Esta tiene dos aspectos.
1. En primer lugar, refleja el trabajo de transformación por el pensamiento de las excitaciones pulsionales en representaciones mentales comunicables.
2. También se refiere al trabajo de elaboración mental de los afectos, sobre todo de displacer, en forma de relación con representaciones compartibles capaces de dar sentido a lo que siente el sujeto.
5. Recursos externos
•Tener al menos una persona adulta por la cual nos sintamos aceptados y queridos
Tener también alguien (puede ser la misma persona u otra) con quien podamos hablar del trauma o situación adversa y que nos escuche con empatía, sin juzgarnos ni minimizando lo que nos sucedió.
El mensaje implícito de una persona que nos escucha empáticamente tiene estos componentes:
• Me importas tú y tu dolor.
• Quiero comprender lo que te sucedió y acompañarte en el dolor.
• No importa el hecho objetivo de lo que te sucedió (o no es lo más importante), sino cómo te afectó a ti.
• No estoy para juzgarte ni criticarte, solo quiero escucharte con todo mi ser, tratar de comprenderte y, quizá más adelante, buscar juntos estrategias para aliviar tu sufrimiento y que te sientas mejor.
• Puedes hablar con total franqueza de lo que te sucedió, no hay temas tabú ni ningún condicionamiento que obstaculice tu relato. Habla todo lo que quieras hablar, solo deseo acompañarte y comprenderte.
¿Te ha pasado alguna vez que quisiste contarle tu dolor a alguien y te contestó, aún con la mejor de las intenciones: «No te acuerdes, ya fue»,« De eso no hablemos», «Yo pasé cosas peores, lo tuyo no es nada» «Centrate en lo positivo, no seas negativo» «No te quejes, sé positivo» «No es para tanto, hay cosas peores…»?
¿Y cómo te sentiste? Seguramente mucho peor.
¿Por qué?
Porque nos curamos cuando ponemos nuestro dolor en palabras y lo incluimos en una narración que le dé sentido.
En cambio, cuando el relato del trauma se nos niega, cuando no hay un otro dispuesto a escucharnos comprensivamente, el dolor de ese trauma se nos pudre por dentro y se multiplica de tamaño como un monstruo que pugna por salir afuera y no lo dejan.
Más aún, se convierte en una carga insoportable que puede, literalmente, enloquecernos 5.
De hecho, el denominador común de todas las terapias (sea con un psicólogo, un counselor, un coach, un referente espiritual o un amigo en quien confiamos por su sabiduría o experiencia) es generar un espacio (físico, cognitivo y emocional) donde podamos hablar libremente, poner en palabras nuestro sufrimiento, construir una narrativa de sentido a todo lo que nos sucedió. La palabra así liberada y ordenada en un relato lógico tiene un efecto terapéutico increíble, un poder aliviador y curativo maravilloso.
• Formar parte de una asociación humanitaria o asociación civil que ejerza el altruismo
Asociaciones de cuidado del medio ambiente, de ayuda a las personas en situación de calle o de protección a los animales. Muchas veces nos curamos cuando aliviamos el dolor de los demás.
• Participar activamente en la comunidad
Las asociaciones vecinales o barriales, partidos políticos o grupos de defensa sectorial (comerciantes, trabajadores, consumidores, etc.) nos otorgan un sentido de pertenencia donde asumimos responsabilidades y nos dan un sentido de valía personal y de utilidad.
• Acceso a diferentes recursos públicos o privados
Acceso a diferentes deportes, a bibliotecas, actividades culturales, etc.
Estas actividades nos permiten construir lazos positivos y fomentar nuestra autoestima.
Ahora consideremos el programa de entrenamiento de la resiliencia de la doctora Rafaela Santos, presidenta ejecutiva del Instituto Español de Resiliencia, que consta de seis pasos 6:
6. Entrenar la Resiliencia
1. Autoconocimiento
Conocer nuestras fortalezas y carencias.
Se trata de liberar el potencial, la capacidad de resiliencia, ese talento que todos llevamos dentro pero que no conocemos su capacidad hasta que la vida nos pone a límite.
He aquí algunas preguntas poderosas que puedes hacerte:
- ¿Cuáles son mis motivaciones y deseos más profundos?
- ¿Qué me estresa?
- ¿Qué me relaja?
- ¿Qué me gustaría conseguir para ser feliz?
- ¿Cuál ha sido mi principal logro y mi mayor decepción o fracaso?
- ¿Cuáles son mis fortalezas y áreas de mejora?
- ¿Qué trabajo me gustaría desarrollar o cómo me gustaría verme dentro de dos, cinco y diez años?
A partir de ahí, construimos.
Este trabajo de introspección raras veces lo llevamos a cabo en épocas de bonanza. Hasta que la vida no nos sacude y experimentamos el sufrimiento, no nos planteamos esta tarea tan importante de autodescubrimiento. Al hacerlo, descubrimos capacidades que ni sospechábamos que teníamos, y de esta manera crecemos.
2. Percepción
La percepción condiciona las emociones y el comportamiento.
Debemos ver los problemas como algo superable porque la conducta se adecua a lo que esperamos que ocurra.
Cuando la percepción es negativa, de miedo o inseguridad, ese pensamiento provoca una serie de conductas que hacen que termine ocurriendo lo que tanto tememos.
El gran psiquiatra Viktor Frankl 7 decía que el sufrimiento no es lo que destruye al hombre sino no encontrarle sentido. Por tanto, hay que mirar más allá del presente y pensar que en el futuro las cosas mejorarán con nuestro esfuerzo y determinación.
Entre las personas resilientes que la doctora Rafaela Santos y su equipo entrevistaron durante diez años, encontraron un común denominador para resistir la destrucción y construir sobre lo adverso, que puede resumirse en tres puntos:
- En las crisis siempre buscan la estrategia para salir, porque la idea de futuro les hace más soportable el presente.
- Formulan una explicación a lo que sucede. La lógica aplicada a lo sucedido les permite aprender.
- Abordan el problema de forma constructiva porque fortalecen la esperanza. (Se apoyan en el Yo soy, Yo tengo, Yo puedo).
3. Aceptación
Los problemas son parte de la vida, y aceptar las circunstancias que no podemos cambiar nos ayuda a concentrarnos en lo que sí podemos mejorar. Pocas cosas hacen tanto daño como esas frases espantosas que escuchamos o leemos en las redes del estilo: «todo depende de ti», «tú tienes el control de todo lo que te pasa» o esta otra «La actitud lo es todo»… Si así fuera, todos seríamos millonarios, tendríamos una salud perfecta y flotaríamos en un estado de Nirvana perpetuo.
Pero la vida se encarga de desinflar nuestra omnipotencia y aceptar que no todo depende de nosotros. Muchas cosas sí, pero muchas otras no.
Pues bien, el común denominador de las personas sabias que han aprendido el arte de la aceptación de lo que les sucedió se estructura en tres premisas:
- Ser conscientes de que esa dura realidad que han vivido no es posible cambiarla.
- Considerar que hay otras personas en peores condiciones aún.
- Descubrir todo lo bueno que se tiene alrededor y en uno mismo como palanca para superar y aceptar la nueva realidad.
Recuerda, sin embargo, que aceptación no es resignación: la primera nos empodera, la segunda nos sitúa en la impotencia.
La aceptación nos permite reconciliarnos con los hechos presentes y pasados para construir, a partir de ahí, un futuro más positivo y pleno. La resignación, por el contrario, nos encadena a lo sucedido, nos define desde el afuera, como si nuestro valor y potencial estuvieran determinados por lo que nos sucedió, y ya no pudiéramos hacer nada. La aceptación es a la vez realista y esperanzadora; la resignación es engañosa, pesimista y determinista.
La aceptación nos permite utilizar lo que nos ocurrió como plataforma sobre la cual edificar un futuro significativo y fructífero gracias a nuestro potencial descubierto por la enseñanzas de lo acaecido.
La resignación, por contra, utiliza eso mismo que nos ocurrió como un techo inamovible que cercena para siempre cualquier crecimiento y cualquier cambio en nuestra vida.
Como dijo Carl Jung respecto del poder de la aceptación: «Lo que niegas te somete. Lo que aceptas te transforma».
Y yo agrego:
Solo se puede cambiar lo que se acepta.
4. Motivación
Es esencial que aprendas a motivarte tú mismo, sin esperar que el azar o lo externo lo hagan por ti.
Para ello, pregúntate:
• ¿Qué quiero hacer?
• ¿Qué sé hacer?
• ¿Qué puedo hacer?
Tan necesario es saber qué quiero, como tener un método para conseguirlo. Éste pasa por cuatro fases:
1. Reflexión
2. Confianza
3. Entrenamiento
4. Evaluación
Tener una mirada positiva y de esperanza en el futuro nos motiva para seguir adelante, sobre todo cuando las cosas se ponen difíciles.
Ten siempre una meta (un sueño) por la cual luchar. Esto organizará tu vida en torno a ella, y aprenderás a priorizar de acuerdo a esa meta. Se te hará más fácil saber qué cosas son importantes y cuáles no, por cuáles vale la pena preocuparse (y ocuparse) y a cuáles no darle importancia y aprender a soltar.
Asimismo, si bien es cierto que estar motivado te ayudará a ponerte en acción, también es cierto que ponerte en acción primero te dará motivación como consecuencia. E incluso, esto último es mucho más importante, ya que no siempre podrás estar motivado para entrar en movimiento. (Muchas veces, por más que quieras acercarte a tus metas, te sentirás desganado y apático). En cambio, ponerte en acción depende (ahora sí) enteramente de ti.
Recuerda:
Pero (más importante aún):
5. Voluntad
Es necesario que demos pasos constantes y sostenidos en el tiempo, por pequeños que sean. Es más: deben ser pequeños, ya que cada uno de ellos te dará la confianza necesaria para dar el siguiente, y el siguiente, y el siguiente paso.
Nuestra voluntad se desarrolla con el esfuerzo y la repetición de actos que nos llevan a una meta, y para ello es fundamental entender que la voluntad es progresiva, como el fortalecimiento de un músculo.
Si nunca corriste, no pretenderás correr 10 kilómetros la primera vez: correrás 100 metros, luego 200, después 500… hasta lograr tu objetivo. Exactamente lo mismo sucede con la voluntad, que es un músculo emocional.
Hay, así, un efecto acumulativo en el desarrollo de nuestra voluntad.
Nunca subestimes el poder de los pequeños pasos, porque esa es la manera de construir una voluntad de acero.
6. Crecimiento
Una dificultad bien gestionada se convierte en una oportunidad de crecimiento. Tendemos a centrarnos en el área de preocupación en vez de hacerlo en el área de influencia.
Es más recomendable ocuparnos en resolver el problema que preocuparnos por él.
Te propongo para este punto de crecimiento utilizar la rueda de la vida, un símbolo que refleja las áreas más significativas de nuestra vida. Es una herramienta poderosa que nos permite visualizar de forma clara y global el grado de satisfacción que tenemos en cada una de las áreas que la componen. Nos permite situarnos en nuestro presente, evaluar nuestra posición actual y equilibrio vital y percibir cuáles son las áreas en donde debemos tomar decisiones para mejorarlas.
7. Rueda de la Vida
Veamos de forma resumida cada punto:
• Trabajo: la actividad que desempeñamos y por la cual percibimos una remuneración.
• Desarrollo personal: nuestra capacidad de cultivarnos y seguir aprendiendo (estudios, formación, cursos).
• Familia: nuestra relación con nuestra pareja, hijos, padres, hermanos, etc.
•Relaciones personales: nuestra capacidad de comunicarnos y generar vínculos maduros y nutritivos con nuestras amistades.
• Economía y finanzas: la administración de nuestros bienes y finanzas personales.
• Tiempo libre y recreación: nuestra capacidad de generar espacios de placer o relajación (hobbies, viajes, diversión).
• Salud y estado físico: todo lo que hacemos para cultivar un estado de salud adecuado en nuestro cuerpo (ejercicio diario, alimentación, descanso, etc.)
¿Cómo hacer tu rueda de la vida?
En una escala del 1 al 10 (donde 1 es el nivel más bajo y 10 el más alto) indica un puntaje de satisfacción en cada área.
El centro de la rueda lo puntuamos con 1, los bordes con 10.
¿Cuán satisfecho te sientes actualmente en cada área de tu vida? Puntúalo de acuerdo a tu percepción, es una respuesta subjetiva.
Supongamos que tu rueda queda así una vez puntuadas todas las áreas:
Sin embargo, la idea es que la rueda ruede. Si tu rueda (la conformada por las líneas cortadas del último gráfico) fuera la de una bicicleta, ¿podrías subirte a ella y andar bien? ¿Cómo te resultaría ese paseo?
Tu rueda de la vida no está para que te deprimas y te lamentes, sino para realizar los cambios necesarios y tomes el protagonismo de tu vida. En otras palabras, que te subas a tu bicicleta y puedas andar satisfactoriamente.
Por último, quiero compartirte un arte milenario de Japón: el Kintsukuori
8. No olvides tu Kintsukuori
Significa «reparación con oro» o «carpintería dorada».
El procedimiento consiste en reparar las roturas o fracturas de distintas piezas de cerámica. Pero, en vez de utilizar pegamento común, se arreglan las roturas con polvo de oro, plata o platino, destacando así la zona dañada. No se esconde ni se trata de ocultar el daño, por el contrario, se lo adorna y se le otorga un valor añadido a la pieza.
El Kintsukuori enaltece la imperfección. Se considera que el hecho de poder recomponerse hace más fuerte al objeto o a la persona.
Y es verdad: nos hacemos más fuertes a medida que superamos momentos difíciles. Y nos hacemos más bellos como personas.
No mejoramos a pesar de las adversidades, sino gracias a ellas 8.
No escondas tus cicatrices ni te avergüences de ellas: muéstralas como un trofeo, ya que son las marcas indelebles y preciosas de tus batallas ganadas.
Cuando superas un dolor, aprendes más del mundo y de ti mismo. Cada vez que superas un dolor o cierras un momento difícil que estaba abierto, tu existencia adquiere una estética más elevada.
Como dice el Doctor Walter Riso 9:
«Hacer de tu vida una obra de arte es embellecer las grietas y los golpes con el oro de la experiencia».
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¡Muchas gracias! 🙂.
Liber Heffner
Referencias bibliográficas
1 John Bowlby ,Continuité et discontinuité: vulnerabilité et résilience, Devenir, 4 (1992).
2 Michel Manciaux (compilador), La resiliencia: resistir y rehacerse, Gedisa, Barcelona, 2001.
3 Boris Cyrulink, La maravilla del dolor: el sentido de la resiliencia, Granica, Buenos Aires, 2007.
4 Tim Guénard, Más fuerte que el odio, Barcelona, Editorial Gedisa, 2010.
5 Boris Cyrulink y Marie Anaut (coords.), ¿Por qué la resiliencia? Lo que nos permite reanudar la vida, Gedisa, Barcelona, 2016.
6 Rafaela Santos, Levantarse y luchar, Sudamericana, Barcelona, 2013.
7 Viktor Frankl, El hombre en busca del sentido, Herder, Barcelona, 2015.
8 Ryan Holiday, El obstáculo es el camino, Océano, Ciudad de México, 2019.
9 Walter Riso, Más fuerte que la adversidad, Planeta, Buenos Aires, 2020.